Blog

Vamos a contar mentiras: ¿por qué creemos solo lo que nos conviene? (y II)

Con la calma tras las tempestades, seguimos en la cuerda floja de la desinformación. Cada medio de comunicación retuerce la realidad para crear un monstruo de Frankenstein que se adapte a su discurso. A su doctrina. A una monolítica cosmovisión del mundo donde no existen los grises y donde solo importa vender titulares.

La única ventaja es que no hace falta decir nombres: todos somos culpables.

Dejando de lado al ciudadano particular, y a esa costumbre que tenemos los particulares de opinar desde la emoción y no desde el conocimiento, algunos asistimos aterrados al ejercicio de malabares que realizan algunos (lamentablemente, casi todos) medios de comunicación. Titulares que afirman realidades opuestas y que aportan datos, de puro contradictorio, a todas luces imposibles. ¿Nos hemos acostumbrado a que los profesionales del periodismo y la política nos mientan descaradamente? Por supuesto que sí. Porque nosotros también lo hacemos. Un curioso caso de honor entre ladrones que los mentalistas llevamos años aprovechando. Señoras y señores, con todos ustedes, la Disonancia Cognitiva:

El padre de la criatura

Leon Festinger en uno de sus lugares de trabajo

En 1957, Leon Festinger (Nueva York, 8 de mayo de 1919-Nueva York, 11 de febrero de 1989) habla por vez primera de lo que él llamo “disonancia cognitiva”. Es una de las teoría más conocidas en la Psicología Social, sobre todo en lo que a equilibrio y balance se refiere. Es un mecanismo maravilloso que nos permite ser miserables y vivir con nosotros mismos. Y es lo que hace que según envejecemos, demos menos importancia a las ideas de los demás, y petrifiquemos las nuestras. Nos acostumbramos a ello, en un enroque mental del que solo saldremos por propio voluntad. Qué duro suena, ¿verdad? Tranquilos: es solo para darle drama

¿Qué es la disonancia cognitiva?

Las teorías de comunicación social se basan en que la presión grupal empuja hacia la uniformidad. Una de esas presiones es el deseo de consenso. La teoría básica de todo esto es muy sencilla: cuando un ser humano o grupo tiene que tomar una decisión que entra en conflicto con su escala de valores, se genera una inquietud emocional. Esa tensión es la disonancia congnitiva.

Déjame ponerte un ejemplo: hay una dama bellísima, o un apuesto caballero, del que llevas meses prendado. Solo ves virtudes en él o ella: su elegancia, su inteligencia, su cultura y sus pétreos abdominales. Sin embargo, un día, paseando con él, prendidos del talle, sin venir a cuento propina una formidable patada a un cachorro que pasaba, inocente, por allí. Por supuesto, comenzar a pensar que tu enamorado es un maltratador es muy incómodo para la psique, así que comienzas a excusarlo: comienzas a buscar razones para reducir la disonancia cognitiva.

Pero pongámoslo ahora en primera persona. Y sin bromas. Supongamos que tu escala de valores te impide robar, o que lo desaprueba por inmoral. Y de pronto un día te ves metiendo una baraja francesa de un bazar oriental en tu bolsillo. Por supuesto, tu autoconcepto es estupendo: eres una persona franca y honesta que nunca miente y que nunca roba. Por eso, al dispararse la disonancia cognitiva, comienzas con los razonamientos excusatorios: “no me he dado cuenta”, “es muy poco dinero”, “no pagan impuestos”.

Si me has seguido hasta aquí, seguramente estarás pensando en ejemplos más extremos, en los que te veas impelido a robar para comer. En ese caso -dirás- robar sí lo considero ético. Sin embargo, la disonancia cognitiva ocurre igual. Pero al enfrentarse a decisiones, hay varios baremos que la alivian o agravan: la importancia de la decisión o la diferencia entre alternativas son algunos de ellos. Obviamente, la disonancia que provocará robar para comer frente a morirse de hambre será menor que la que provoque frente a darse el lujo de comer langosta. Recuerda: la disonancia ocurre SIEMPRE y las excusas (o razones) que nos damos para aliviarla ocurren la mayor parte de las veces de forma automática e inconsciente. La disonancia es simplemente esa incomodidad frente a las discrepancias. Piensa en tu alrededor: ¿conoces a alguien que siempre haga lo contrario de lo que predica y siempre tiene excusas? Si no lo tienes, enciende la televisión.

¿Dónde está la trampa?

Lo asombroso de esto es que el proceso de excusa aparece de forma espontánea e inconsciente, sin que nos demos cuenta. De ahí lo encendido de discusiones y pancartas, lo parcial de muchas opiniones que manifestamos y lo absurdo de algunos razonamientos. Por supuesto, la razón de todo eso es más compleja, pero espero que recuerdes este artículo en tu próxima discusión encarnizada: tal vez tu opinión esté más sesgada de lo que crees. Y esto es lo que ocurre en tu cabeza cuando decides (cuando decidimos) creernos sin contrastar la realidad deformada que hoy pretenden vendernos: que te incomoda ver que tu propio bando se confunde y quieres dar explicaciones imposibles a lo inexcusable. Son tiempos convulsos, con pensamientos convulsos.

Pero… ¿y para qué se usa en mentalismo?

Ah, vaya. Casi se me olvida. Perdón. Realmente, las aplicaciones de esto en el espectáculo son infinitas. Pero déjame ser víctima de la disonancia una vez más con esta excusa: “los magos nunca revelan sus trucos”.

Entradas recientes