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Secretos sexuales subliminales

En primer lugar, hay que recordar que se debería decir ´identidad sexual´ y no ´identidad de género´. El género es una categoría gramatical que tienen las palabras o bien una categoría taxonómica que emplea la biología que poco tiene que ver con el sexo. Lamentablemente, es un error muy extendido incluso en nuestro sistema educativa. La propia carrera de Psicología lo comete en todo su currículo. Dicho esto: ¿cómo nos las arreglamos para comunicar al resto del mundo nuestra identidad sexual? Quizá te parezca sencillo distinguir los hombres de las mujeres, pero hay todo un proceso comunicativo debajo de esa aparente inmediatez mucho más complejo que en el resto de primates. ¿Qué información no verbal empleamos para decirnos que somos niños o niñas?

1) Aprendemos nuestra identidad desde el nacimiento: desde el momento en que somos alumbrados, comienza un bombardeo subliminal para empezar a programarnos y hacernos comprender nuestra identidad sexual. La forma de sostener a un bebé es diferente en función de su sexo. A día de hoy, independientemente del sexo del levantador, los niños suelen estar sujetos a un trato más brusco. El debate aquí es si este comportamiento es innato en los adultos que sujetan a los bebés o es aprendido y perpetuado.  Dado que un recién nacido pese a ser muy frágil apenas percibe el dolor, sí está claro que un bebé masculino es más resistente al daño físico: normalmente el porcentaje de grasa es mayor, la piel es más gruesa y su masa muscular mayor. El sistema inmunitario de las mujeres es mucho más eficaz, pero no a edades tan tempranas.

2) La muñeca suelta y los mariquitas: esa postura tan propia de los chistes de Arévalo dista mucho de ser un marcador universal. La gestualidad corporal es uno de los marcadores sexuales más dependientes de la cultura. El gesto de brazos y muñecas sueltas que se considera típicamente femenino en la cultura occidental y sobre todo en el norte de Europa, es una forma de expresión común en Oriente Medio tanto para hombres como para mujeres. No en vano, cuando se caricaturiza un personaje de un sexo concreto siendo interpretado por un actor del sexo contrario, tienden a exagerarse todos esos marcadores. Pero no verás muñecas sueltas ni gritos de Drag Queen de todo a cien en el cine Kabuki. Ni rascadas de paquete y eructos en el teatro cómico chino.

3) La ropa y la pintura: en algunas especies, macho y hembra se parecen tanto que casi resulta extraño que sepan diferenciarse. Eso se llama unimorfismo, y nuestra especie, aunque obviamente no lo es, es más unimórfica de lo que pudiera parecer. Si nos ponemos a observar con detenimiento los caracteres sexuales secundarios (tamaño de las mamas, vello corporal, timbre de la voz) nos encontramos con una gama amplísima de marcadores en ambos sexos. Por eso hemos creado, de la nada, una enorme serie de marcadores terciarios que no nos da la naturaleza: no solo la ropa y sus complementos, sino la forma de moverse que cada cultura crea para hombres y mujeres. Puede que todo esto te parezca machista o feminista, pero responde todo a una necesidad básica que tenemos como especie: la reproducción. Por eso las culturas en las que se usaba maquillaje y otros complementos este era muy diferente en función del sexo. Estoy seguro de que recuerdas a Mel Gibson con la cara pintada de azul. Lo mismo pasa con la ropa. En algunas culturas la ropa trata de realzar los atributos sexuales o la estructura corporal propia de los sexos (seguro que te has dado cuenta de que las americanas siempre llevan hombreras) y en otras culturas lo obvian, como ocurría en la japonesa en su edad media, pero los diseños nunca dejaban lugar a dudas. Todas las culturas han tenido ropa de hombre y ropa de mujer. Quizá resulte que no somos tan diferentes. Y con las luces apagadas, muy pocos queremos sustos.

BIBLIOGRAFÍA:

DAVIS, F., La comunicación no verbal, Alianza Editorial, 1978.

ECKMAN, P., Emotions revealed, Holts paperback, 2007.

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