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Tres secretos para hablar en público (y III): Escucha
En los dos artículos anteriores ya hablamos de la importancia de la respiración y de la mirada dentro del discurso. Espero que te hayan sido útiles esos pequeños trucos, y que los hayas puesto en práctica. Como os dijimos en el primer artículo de esta serie, la idea proviene de un ´triple secreto´ que se aprende en la practica de las artes marciales: pensar, decir y hacer. Cuerpo, mente y espíritu. Si nuestro cuerpo ha sido la respiración y nuestra mente la mirada, déjame presentarte al más etéreo de nuestros trucos. El espíritu guía de nuestros trucos en el discurso.
Se llama ´escuchar´.
Demasiado a menudo asistimos a ponencias, clases y debates en los que el único interés del conferenciante parece ser leer atropelladamente unas notas, o repetir lo que dice una transparencia o diapositiva. Sin prestar la menor atención, una voz monocorde lee unos apuntes mientras ignora (o ni siquiera percibe) los bostezos de aburrimiento, el ruido de gente marchándose, las amenazas de suicidio o los gritos de clemencia. ¿Has estado alguna vez en ese mundo paralelo? El tiempo se arrastra, las horas se pegan a los relojes y las integrales y análisis sintácticos parecen no resolverse jamás. Y lo que es peor: a lo mejor has sido uno de los culpables.
¿Escuchas a tu auditorio?
La sordera escénica es mucho más habitual de lo que parece. Lo que sucede, es, simplemente, que muchos ponentes se encuentran en un estado alterado de consciencia. Su atención se enfoca y centra en un solo punto (el texto de su ponencia, su chiste, la poesía que tiene que recitar) y todo lo demás deja de ser percibido y procesado. Este estado de atención es algo normal en el ser humano, y tengo una mala noticia: si estás leyendo esto, seguramente seas humano y ya te haya pasado.
No quiero llamar al pánico, pero muchas veces nos ocurre y ni siquiera nos damos cuenta. Es un enemigo peligroso al que debemos combatir, pues en él estriba uno de los grandes éxitos de cualquier acto que requiera el habla en público: que el auditorio sienta que lo que está viviendo es totalmente irrepetible. Vamos a conocer a dos soldados que serán tus firmes aliados contra ese enemigo letal de la sordera escénica.
1) Preguntar: este recurso es tan clásico que a menudo se nos olvida de puro simple. Las teorías constructivistas de la educación dicen que la construcción de un conocimiento nuevo empleando los anteriores como base es más eficaz que el mero añadido de nuevos conocimientos. Ciertamente, lograr que alguien llegue, aunque sea con ayuda, a una nueva conclusión, grabará ese aprendizaje mejor que si únicamente es escuchado. Además, recuerda que las preguntas son activadores naturales de la atención: el cerebro quiere responderlas de forma natural, sobre todo si el nombre propio de quien escucha acompaña a la pregunta. Así pues, estructura el temario de lo que quieres contar para poder hacer preguntas de vez en cuando a tus espectadores. No tienes más que cambiar el texto de tus diapositivas un poco, colocar en forma de pregunta alguna pequeña pieza del conocimiento que quieres transmitir. Es un mínimo esfuerzo para un resultado espectacular. No te vas a arrepentir.
2) Escucha pasiva: este es el gran secreto. El truco final. Esto es lo que diferencia a los buenos de los grandes, y a estos de los mejores. Observa a Steve Jobs cuando hace pausas para escuchar exactamente qué intensidad de aplausos ha recibido, o cómo Juan Tamariz está permanentemente pendiente de suspiros de admiración o del número de carcajadas. No pierdas tu tiempo y fíjate solo en los mejores. El gran secreto de la escucha pasiva consiste en entrenarte para percibir el feedback auditivo que tu auditorio te está regalando. ¿Cómo puedes desarrollarlo? En primer lugar, escapando de ese estado de consciencia que te impide ver nada más que tu texto. La respiración, esta vez, juega un papel fundamental. Y por supuesto, eliminando el estrés que suponen esas situaciones. La mejor forma de entrenar esto es la de siempre: practicar, practicar y practicar. Sin embargo, si bien para eliminar el estrés necesitas esas situaciones, para la práctica de la escucha pasiva solo necesitas conversaciones. Esas que tienes a diario, en tu trabajo, cenando con tus amigos o comprando el pan. Acostúmbrate a estar pendiente de lo que dice la gente alrededor. No solo comprenderás mejor el mundo como efecto colateral, sino que lograrás algo maravilloso: convertir en única e irrepetible cada experiencia que vivas y produzcas ante el público.
Y recuerda la máxima que siguen todos los cómicos: si un chiste no hace gracia, mátalo.