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Vamos a contar mentiras: ¿por qué creemos solo lo que nos conviene? (I de II)

Son días convulsos en mi país. Sé que en todas partes cuecen habas, pero la desinformación a la que nos somete la prensa española es abrumadora. Ayer, veinticinco de septiembre de 2012, hubo una manifestación en Madrid, frente al congreso de los diputados, con diversas cargas policiales por parte de las brigadas antidisturbios de la Policía Nacional. Es muy duro vivir en un país cuya clase política parece haber perdido el rumbo y donde reina el descontento general en la mayor parte de la población. Parece además, que nos hemos acostumbrado a que los medios engañen y tergiversen, y lo que es peor: nos acostumbramos solo a creernos la mitad que nos conviene. Dejadme dar un giro para responder antes a otra cuestión íntimamente relacionada: ¿Cómo llegamos a ese punto?

Histeria colectiva, lanzamiento de bragas y cargas policiales: cuando la hipnosis atrapa a la masa.

Vemos las noticias y acabamos horrorizados: antidisturbios cargando contra gente inocente reducida violentamente, gente que en solitario ataca a un policía sin razón aparente. Situaciones que nos parecerían descabelladas en cualquier otra ocasión, y que no acabamos de explicarnos. No entraré en la realidad o no de esas imágenes, ya que no soy quien para ello. Pero sí voy a hablar de los mecanismos que provocan que pase todo eso. O lo intentaré.

La hipnosis no es más que un estado de atención muy concentrada. Es quizá una definición gruesa, pero funcional. Cualquier estado alterado de consciencia es en esencia un estado hipnótico, tenga o no estado de trance, tenga o no sueño hipnoidal. Eso que hacemos los hipnotistas de espectáculo de dejar dormida a la gente. ¿Has llorado en una película? ¿Visto la imagen que narra un texto en tu cabeza sin que ninguna luz la forme? Y eso sin hablar de la información y publicidad subliminal. Así pues, me imagino que habrás estado en algún concierto multitudinario. Y habrás gritado u oído a la gente gritar. Incluso quizá hayas visto lanzar bragas al escenario (no, a mí nunca me ha pasado, solo les pasa a los músicos). ¿Cómo puede ser que recatadas amas de casa arrojen ropa interior a cantantes de sesenta años presas de la histeria? La palabra histeria es la clave. En concreto, un término muy popular en el cine de catástrofes: la histeria colectiva.

¿Qué es realmente la histeria colectiva? Partimos de una realidad de la psicología social, y una estrategia muy útil para los que actúan para el público: el colectivo es mucho más dúctil que el individuo. Efectivamente, los marcadores de la personalidad se desvanecen con la masa. Si no, sería imposible hacer atender a un auditorio de seiscientas personas un concierto y por eso la publicidad masiva sigue siendo el método preferido de cientos y cientos de empresas. Términos de la psicología que ya se han vuelto populares, como el síndrome de Estocolmo o la presión social son un hecho: nuestra forma de comportarnos, y en esencia, de procesar la información, cambian radicalmente cuando nos encontramos en grupo. Es un estado alterado de consciencia.

Un grupo de jóvenes en un estado alterado de consciencia durante un concierto de los Beatles.

Un grupo de jóvenes en un estado alterado de consciencia durante un concierto de los Beatles (foto Agip).

El mismo cerebro que nos diferencia de los animales es el responsable de esa capacidad. Con la razón y la imaginación llegó la sugestión. Del sexo se pasó al erotismo y la asombrosa capacidad del cerebro de hacernos llorar ante una obra de teatro que sabemos positivamente que no está ocurriendo de verdad. Y todas esas situaciones de las que he hablado, incluyendo el concierto de las desenfrenadas damas, responden a los patrones que indican el estado de hipnosis: desfase temporal, desorientación espacial, memoria selectiva, atención concentrada y amnesia dirigida: el concierto pareció ser cortísimo, no sabías bien dónde estabas, recuerdas perfectamente cada mirada del artista pero no eres capaz de recordar el color del jersey de la persona que estuvo a tu lado durante las dos horas. Y te atreviste a lanzar una bragas.

Y ahora, cambia el marco de referencia. Deja de imaginar con multitudinario concierto de una estrella del pop y coloca en ese escenario unos antidisturbios. Y el grupo de espectadores por miles de manifestantes. Para el cerebro, el estado es el mismo. La información se procesa igual. La identidad se diluye en el grupo, y con ella los tabúes, produciendo una sensación de libertad muy similar a la inducida químicamente, por el alcohol y otras sustancias. Por eso un pacífico ciudadano que en su vida ha levantado a nadie se atreve a coger un cascote del suelo y lanzarlo contra el casco de un hombre de metro noventa armado y escudado. El primate interior que tenemos dentro, lejos de asustarse de un espécimen más peligroso extrae valor de la multitud. O mejor dicho: pierde el miedo a través de ella.

Y por eso son a veces tan confusos los relatos de muchos manifestantes y miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Ese estado hipnótico (desterremos toda carga esotérica de la palabra), ese estado de estrés y de enfocada atención es lo que provoca tal desorientación. Y es también lo que permite el horror y la gloria: soldados aguantando cargas de caballería sabiendo que van a morir aplastados y o un simple manifestante parado, solo y poderoso, contra un tanque en Tian´anmen.

El ser humano íntegro y al desnudo.

El famoso hombre de Tian´anmen

En la segunda parte de este artículo iremos al quid de la cuestión: ¿qué nos empuja a creernos solo la parte que nos conviene? ¿Tenemos control sobre ello? ¿Es culpa nuestra o del colectivo? ¿Como es un estado hipnótico no tenemos responsabilidad moral sobre ello? No es un debate sencillo. Espero que seáis comprensivos.

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